lechuzas y mochuelos en la lengua española del siglo XX «Para aliviar los padecimientos del corazón, una gallina negra. Para las úlceras, huesos humanos reducidos a polvo. Para la erisipela, huevos de hormiga con jugo de cebollas. Para que un alcoholista deje su vicio se utilizan los huevos de lechuza, o el aguardiente en el que se haya echado tierra de sepultura.» Fernando Ortiz, Los negros brujos. Apuntes para un estudio de etnología criminal (1906) «Ambrosio. Porque esto ez un mochuelo; con eza nariz y ezas dos reondelas en loz ojos. ¡A vé!» Serafín Alvarez Quintero, El genio alegre (1906) «Aparte de lo expuesto en forma científica, hay una razón natural que si la humanidad se detuviera en profundizarla, dejaría de comer carne. Esta razón es la siguiente: no se conoce ningún país civilizado (excluyendo las raras excepciones) en que el hombre coma carne de ningún animal carnívoro. El hombre come carne de buey, de vaca, carnero, cordero, etc., todos animales vegetarianos; pero no come carne de perro, gato, mono, y demás animales carnívoros. ¿Qué nos demuestra esto? Que hay una «Ley Natural» que nos enseña que la carne es contraproducente al hombre. El mismo ejemplo tenemos con las aves. Raras son las que come el hombre, de naturaleza carnívora, viéndole rechazar el cuervo, la lechuza y demás, comiendo únicamente las aves de naturaleza vegetariana.» Carlos Vaz Ferreira, Lógica viva (1910) «Las gaviotas juegan por encima de las olas, se meten en las cavidades abiertas entre unas y otras, descansan sobre las espumas, se acercan a la playa a mirar con sus ojos grises, en donde se refleja la luz apagada del día, y lanzan ese grito salvaje parecido al áspero chirriar de la lechuza.» Pío Baroja, Las inquietudes de Shanti Andía (1911) «–Ese no creo que sea un águila ni un lobo. –Será un mochuelo o una garduña, pero de instintos perturbados.» Pío Baroja, El árbol de la ciencia (1911) «Don Quijote de la Mancha y el mismo de mi Vida de Don Quijote y Sancho. y a la meditación de las verdades eternas, y vedle subir al Monte Carmelo por medio de la noche oscura del alma, a ver desde allí arriba, desde la cima, salir el sol que no se pone, y como el águila que acompaña a San Juan en Patmos, mirarle cara a cara y escudriñar sus manchas, dejando a la lechuza que acompaña en el Olimpo a Atena –la de los ojos glaucos, esto es, lechucinos, la que ve en las sombras, pero a la que la luz del mediodía deslumbra– buscar entre sombras con sus ojos la presa para sus crías. Y el quijotismo especulativo o meditativo es, como el práctico, locura hija de la locura de la cruz. Y por eso es despreciado por la razón. La filosofía, en el fondo, aborrece al cristianismo, y bien lo probó el manso Marco Aurelio.» Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida (1913) «¡Oh, el águila! ¡Qué cosas se dirían el águila de Patmos, la que mira al sol cara a cara y no ve en la negrura de la noche, cuando escapándose de junto a San Juan se encontró con la lechuza de Minerva, la que ve en lo oscuro de la noche, pero no puede mirar al sol, y se había escapado del Olimpo!"». Miguel de Unamuno, Niebla (1914) «Entró Felicita: "Niños, loquines, que ya es tarde. Cada mochuelo a su olivo y cada pollo a su corral."» Ramón Pérez de Ayala, Belarmino y Apolonio (1921) «Don Friolera. Doña Tadea, usted está siempre como una lechuza en la ventana de su guardilla, usted sabe quién entra y sale en cada casa...» Ramón María del Valle-Inclán, Los cuernos de don Friolera (1921) «Era en suma un hombre de temperamento sacerdotal que amaba a la Iglesia como un buho y que en vez, de las patatas y la borona que le servían de cotidiano alimento se hubiera nutrido de buena gana con el aceite de las lámparas.» Armando Palacio Valdés, La novela de un novelista (1921) «Lo primero que necesita un periodista para realizar sus investigaciones, es algún pájaro fiel, colaborador indispensable. Uno tuvo su cigüeña, otros se valen de algún grajo, y no pocos utilizan el mochuelo, pájaro de mal agüero. Yo he elegido el águila, por ser la reina de las aves, la que más alto vuela y la más valiente en atajar. La recogí siendo muy pequeña, la he educado cual paloma mensajera, va provista de su aparato fotográfico; no solamente me proporciona las informaciones que la pido sobre determinadas personas, sino que además obtiene fotografías que me permiten ilustrar mis artículos, de este modo no cabe dudar en la veracidad de mis afirmaciones.» Esquisea, «Crónicas de un ex anticuario», Revista de Bellas Artes (enero de 1923) «No puedo, no debo moverme de aquí. La batalla es ahora más ruda que nunca. Ahora querrían que me fuese, con muy tentadoras ofertas, a América. No debo alejarme. Y cuando vuelva a España ¡qué tarea allí! Veo a mi izquierda, al lado del corazón, el águila de Patmos que ve en lo claro y no en lo obscuro, y a mi derecha, al lado del hígado, a la lechuza de Minerva que ve en lo oscuro y no en lo claro -caza de noche y sueña de día, como aquella caza de día y sueña de noche...» Miguel de Unamuno, Carta a Jean Cassou (1926) «—No tanto, rapaz; no tanto. Póngome yo muchas. Y, ¿quién, como yo, está al tanto de mis fealdades e imperfecciones, aquí dentro, muy adentro? Ni la propia doña Iluminada, con sus ojos de lechuza adivinadora, que todo lo traspasan, me ve tal cual soy. Tigre, sí, tigre; bien lo proclama al vulgo, que no yerra. Aunque oprimido y a medias domesticado, tigre soy y seré hasta que muera. No hagas concepto demasiado alto de mí.» Ramón Pérez de Ayala, Tigre Juan (1926) «Don Luis González Bravo, recluido tras la mesa ministerial –negro un lado de la cara y el otro con el reflejo verde del quinqué–, expurgaba de galicismos el preámbulo de un Decreto. El Ministro de la Gobernación vivía con el ojo de mochuelo aguzado sobre la herencia política del General Narváez: En el ínterin, ya lograba la Presidencia del Real Consejo: Caduco, craso, con arrugas en las sienes y la calavera monda, inscrita en el círculo verde, se aprontaba a jugar los hilos novelescos de una intriga para captar, en lazos de licencias, la voluntad de la Señora.» Ramón María del Valle-Inclán, La corte de los milagros (1927) «Las voces agorinaban esparcidas en la niebla crepuscular. Silbaba en su olivo el m ochuelo. El ataúd vacío navegaba bajo la luna, en el alterno rumor de las voces.» Ramón María del Valle-Inclán, La corte de los milagros (1927) «Apenas un arco de las galerías quedaba en pie agrietado y pronto a derrumbarse. Por las salas sin puertas entraba únicamente el viento, salas trazadas con manía de grandeza que los nuevos habitantes cubrieron en parte de paja y zinc. Cuando alguien habla la voz llena toda la casa y vuelan los murciélagos. Aves de rapiña se posan sobre los muros llenos de agujeros y garzas blancas de cuello rojo. Cuando alguna luz se enciende un mochuelo deja ver sus ojos martirizados. El pavimento fue arrancado, reducido a polvo o voló en pedazos, un día.» Enrique Bernardo Núñez, Cubagua (1931) «Todos salen para La Casa Grande a llevar los huéspedes a los dormitorios, y vueltos a casa recibimos la bendición, y... cada mochuelo a su olivo. Tal vez por tantas y tan encontradas emociones caigo a la cama como un tronco.» Tomás Carrasquilla, Hace tiempos (1935) «En las lagunas y esteros se encuentran guíchiches, zarcetas, patos cucharos, garzas y a las orillas del río las palomas, perdices, loros y ardillas. Aves las hay de bellísimos plumajes además de las garzas, como pavos reales, guacamayos, y son notables el turpial, la oropéndola (de alas negras y cuello amarillo), el faisán, la lechuza, el mochuelo, la gallineta y el fúnebre cocorito que desde el ramaje lanza su canto lúgubre, el bimbim, el colibrí, el pájaro burlón, los periquitos. Las de presa (águila real, buitre, cuervo, etc.). Hay en algunos pueblos ricos gallineros y son muy aficionados a las riñas de gallos.» Agustín del Saz, Panamá y la zona del Canal (1944) «... en Asturias, cerca de Llanes, es famosa entre los prehistoriadores la Peña Tú, con su extraño ídolo de ojos de lechuza.» Enrique Lafuente Ferrari, Breve historia de la pintura española (1946) «En ese momento descubrieron a Isaías Bloom parado en la puerta del café, buscándolos con mirada de mochuelo. Le hicieron señas.» Rodolfo Walsh, Cuento para tahüres y otros relatos policiales (1951) «A las cinco, la tertulia del café de la calle de San Bernardo se disuelve, y a eso de las cinco y media, o aún antes, ya está cada mochuelo en su olivo. Don Pablo y don Roque, cada uno en su casa; don Francisco y su yerno, en la consulta; don Tesifonte, estudiando, y el señor Ramón viendo cómo levantan los cierres de su panadería, su mina de oro. [...] —¡Con una toalla! ¿Usted cree que hay derecho? ¡Con una toalla! ¡Qué falta de consideración para una ancianita! El criminal la ahorcó con una toalla como si fuera un pollo. En la mano le puso una flor. La pobre se quedó con los ojos abiertos, según dicen parecía una lechuza, yo no tuve valor para verla; a mí estas cosas me impresionan mucho.» Camilo José Cela, La colmena (1951) «Una lechuza grazna en el hueco de los árboles y entonces él brinca de nuevo al lomo de la vaca, se quita la camisa para que con el aire se le vaya el susto, y sigue su camino.» Juan Rulfo, El llano en llamas (1953) «Para ser aplicables los métodos de Hegel es preciso encontrarse en el tiempo de la comprensión, no en el de la acción creadora... Sólo al anochecer emprende su vuelo la lechuza de Minerva. Pero justamente por los días en que emprendiera su vuelo la lechuza de Minerva hegeliana iniciaban el suyo otros pájaros no menos sabios y más acometedores y mañaneros, que inaugurarán propiamente una nueva era, la era contemporánea del Occidente.» Luis Díez del Corral, El rapto de Europa. Una interpretación histórica de nuestro tiempo (1953) «La persiguió, ciñó, tentarrujeó, besó. La muchacha estaba acostumbrada a idénticas lides con otros huéspedes. Pero Rogelio la cogió en su hora buena, o mala, llegando a sus fines sin precaución. Quedó embarazada; Rogelio, consciente de su responsabilidad, desesperado. Desechó cualquier reconcomio acerca de la paternidad, prueba de que los tuvo, vencidos en aras de la verdad. Cuando el abultamiento se hizo patente, los dueños echaron a la fámula. El muchacho cargó con el mochuelo, Pepita no tenía pretensiones: halló un cuarto por las Delicias. [...] –Bueno, a lo hecho pecho. Si no se da por aludido, ese cabrón no escapa de otra. Ahora, cada mochuelo a su olivo.» Max Aub, La calle de Valverde (1961) «Protegido por la ventana el paralelepípedo musgoso, oliente a vodka y a velas de cera, a ropa mojada y a restos de guiso, vago taller de Babs ceramista y de Ronald músico, sede del Club, sillas de caña, reposeras desteñidas, pedazos de lápices y alambre por el suelo, lechuza embalsamada con la mitad de la cabeza podrida, un tema vulgar, mal tocado, un disco viejo con un áspero fondo de púa, un raspar crujir crepitar incesantes, un saxo lamentable que en alguna noche del 28 o 29 había tocado como con miedo de perderse, sostenido por una percusión de colegio de señoritas, un piano cualquiera.» Julio Cortázar, Rayuela (1963) «...todo animal que tenga la pezuña dividida y el pie hendido y rumie; pero no comeréis los que solamente rumian ni los que solamente tienen la pezuña dividida y el pie hendido; el camello, la liebre, el conejo, que rumian, pero no tienen la pezuña dividida, son inmundos para vosotros; el puerco, que tiene la pezuña hendida, pero no rumia, es inmundo para vosotros. No comeréis sus carnes ni tocaréis sus cadáveres. De los animales que viven en el agua comeréis los que tienen aletas y escamas; pero cuantos no tienen aletas y escamas, no los comeréis; son para vosotros inmundos. Comeréis toda ave pura. He aquí las que no comeréis: el águila, el quebrantahuesos, el buitre, el milano y toda suerte de halcones; toda suerte de cuervos; el avestruz, el mochuelo, la lechuza; el ibis, el búho y el pelícano; la cerceta, el mergo, la cigüeña; la garza de todas clases, la abubilla y el murciélago. Tendréis también por inmundo todo insecto alado; no lo comeréis. Comeréis los volátiles puros. No comeréis mortecino de ningún animal; podrás dárselo a comer al extranjero que reside en tus ciudades o vendérselo; vosotros sois un pueblo consagrado a Yavé, tu Dios. No cocerás el cabrito en la leche de su madre. [...] Y sus torrentes se convertirán en pez, / y su polvo en azufre, / y será su tierra como pez que arde día y noche; / nunca se extinguirá, / subirá su humo perpetuamente. / Será asolada de generación en generación, / y nadie pasará más por ella. / Se adueñarán de ella el pelícano y el mochuelo, / la habitarán la lechuza y el cuervo, / y echará Yavé sobre ella / las cuerdas de la confusión y la plomada de la desolación; / y habitarán en ella los sátiros, / y todos sus nobles dejarán de existir.» Eloíno Nacar, traducción de la Biblia (1965) «Por otra parte, los estudios de Fischel han demostrado que el animal no permanece durante el reflejo absolutamente inmóvil. Sus ojos están atentos al contorno y hay una leve inquietud en todo él. Un mochuelo (Strix flamenca) cazado un día fue mantenido por la noche en una jaula. Allí permanecía tranquilo, pero si se acercaba un hombre apretaba fuertemente contra el suelo las alas extendidas. Lo mismo hacía cuando se le dejaba en libertad. Tampoco aquí se veía claro su papel defensivo. Pero cada animal, en medio de su reflejo de inmovilización, adopta una postura distinta. Es decir, que parece ya allí un instinto activo individual.» Juan José López Ibor, La neurosis como enfermedad del ánimo (1966) «Fui de todo. Carabina, yo acompañaba a las niñas de la Chuela Rica, la canzonetista, ¿no la recuerda? La que cantaba aquello de: Cada mochuelo a su olivo, todo Dios a su desván, con tan plausible motivo, bailaremos un cancán. Era una canción preciosa, vaya si lo era, tan triste, tan sentimental.» Alonso Zamora Vicente, A traque barraque (1972) |
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