lechuzas y mochuelos en la lengua española del siglo XIX «Mesonero. ¿Quién te mete a ti en saber vidas ajenas? ¡Maldita sea tu curiosidad! Pues que ya hemos cenado, demos gracias a Dios, y a recogerse. (Se ponen todos de pie y se quitan el sombrero, como que rezan.) Eh, buenas noches; cada mochuelo a su olivo.» Angel de Saavedra, Don Alvaro o la fuerza del sino (1835) «Pertenecía pues esta señora a la falange de Jeremías que pasan su vida quejándose en un tono llorón que les es propio, como al mochuelo su lastimero canto.» Fernán Caballero, Clemencia (1852) «Del buho. Los naturalistas distinguen varias especies de buhos, que solo se diferencian en el tamaño y en alguna variedad en los colores, del plumaje: nosotros solo hablaremos del gran buho ó buho real, que puede considerarse como el rey de las aves nocturnas por su tamaño y su fuerza. Su altura es de diez y ocho pulgadas, y su plumaje de color pardo rojizo moteado de negro y amarillo por el lomo; el vientre amarillo, salpicado de manchas negras y atravesado de algunas listas pardas bastante confusas: la cabeza es muy grande, redonda, y adornada con dos penachos ó garzotas móviles, á manera de orejas, mas ó menos distintos; tiene la cara rodeada de plumas blancas muy finas; los ojos grandes, redondos y colocados en la parte anterior de la cabeza; las pupilas negras y rodeadas de un círculo anaranjado; el pico corto, encorvado y cubierto de plumas por su base; el pescuezo corto, las alas agudas; las patas cubiertas de plumas hasta las uñas, que son negras corvas y muy fuertes. El buho despide un grito lúgubre que hace buhú, buhú, y que resuena mucho en el silencio de la noche: su vuelo es ordinariamente bajo y corto, y rara vez se posa en los árboles; pero lo hace con frecuencia sobre las torres y sobre los muros antiguos y elevados. La hembra anida en las cavernas de las rocas, en los agujeros de las altas y viejas murallas, ó en los huecos de los árboles, y pone uno ó dos huevos algo mayores que los de gallina. Los buhos se alimentan de liebres conejos, perdices y otras aves que cazan; y tambien de turones, topos, ratones y reptiles. Se emplean estas aves como reclamos en diversas maneras de cazar, para atraer á los pajarillos ó á las aves de rapiña; pero para enseñarlas hay que cogerlas muy jovenes, porque cuando son adultas rehusan comunmente toda especie de alimento al hallarse cautivas. «Sueño ya con verle casado. Me voy a remozar contemplando a la gentil pareja unida por el amor. ¿Y cuando me den unos cuantos chiquillos? En vez de ir de misionero y de traerme de Australia, o de Madagascar, o de la India varios neófitos con jetas de a palmo, negros como la tizna, o amarillos como el estezado, y con ojos de mochuelo, ¿no será mejor que Luisito predique en casa y me saque en abundancia una serie de catecumenillos rubios, sonrosados, con ojos como los de Pepita, y que parezcan querubines sin alas? Los catecúmenos que me trajese de por allá sería menester que estuvieran a respetable distancia para que no me inficionasen, y éstos de por acá me olerían a rosas del Paraíso, y vendrían a ponerse sobre mis rodillas, y jugarían conmigo, y me besarían, y me llamarían abuelito, y me darían palmaditas en la calva que ya voy teniendo.» Juan Valera, Pepita Jiménez (1874) «La noche había tendido su manto de estrellas sobre el horizonte, al calor sofocante del día siguió la brisa más respirable; pero sin que dejara de sentirse una temperatura siempre alta en demasía. El canto monótono de las cigarras se confundía a intervalos con el agorero grito de la vividora corneja; y más lejos, en una frondosa alameda, se escuchaban los melodiosos trinos del amante ruiseñor, que hacían singular contraste con los gemidos lúgubres del búho, con la voz compasada del cuclillo, con el sonante aleteo y grito del mochuelo y con el canto interminable del grillo, alegría del hogar y regocijo de la infancia.» Julián Zugasti y Sáenz, El Bandolerismo. Estudio social y memorias históricas (1876-1880) «Las florecillas blancas y rosadas de los frutales caían muertas sobre el fango: el granizo las despedazaba; todo volvía atrás; aquel ensayo de primavera temprana había salido mal; vuelta a empezar, cada mochuelo a su olivo.» Leopoldo Alas, La Regenta (1884) «–Para, hijo, para –dijo doña Lupe amoscándose–, que para esas convidadas no te va a bastar el sueldo de un año; y si piensas que yo cargo con el mochuelo de los gastos, te equivocas...» Benito Pérez Galdós, Fortunata y Jacinta (1885) «Bien quisiéramos pasar ahora á detallar los grandes servicios que las aves prestan á las plantas destruyendo inmenso número de insectos, pero esto nos llevaría muy lejos y nos invertiría un tiempo que no tenemos. Sólo diremos: Protección á las Estrígidas, aves del orden Rapaces, en las que están el buho, Strix buho, Linneo; la lechuza, Strix flammea, de Linneo; el mochuelo, Strix otus, de Linneo; la corneja, Strix scops, de Linneo, porque, á pesar de todas las preocupaciones y de todos los horrores que estas aves inspiran, la observación seria dice son destructores de Escarabeidos perjudicialísimos á las plantas y de orugas tales que, como las procesionarias de la encina, y del pino, y del roble, son una calamidad para las más preciadas esencias forestales y árboles frutales.» Casildo Ascárate Fernández, Insectos y criptógamas que invaden los cultivos en España (1893) «Poco tardó en disolverse la reunión, porque Pío Cid dijo que quería descansar para emprender al día siguiente su viaje a Granada. Se despidieron todos de don Félix, y cada mochuelo se fue a su olivo. Aunque el notario puso empeño en que Pío Cid no se fuera a dormir a casa de la Polonia, donde lo pasaría muy mal, él no quiso causar más molestias, y se retiró también, despidiéndose como para no volver, puesto que tenía pensado dejar el pueblo muy de mañana.» Angel Ganivet, Los trabajos del infatigable creador Pío Cid (1898) |
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